Del socialismo utópico al socialismo científico
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He aquí que ahora el respetable filisteísmo
británico triunfaba sobre la libertad de pensamiento y
la indiferencia en materias religiosas del burgués
continental. Los obreros de Francia y Alemania se volvieron
rebeldes. Estaban totalmente contaminados de socialismo, y
además, por razones muy fuertes, no se preocupaban
gran cosa de la legalidad de los medios empleados para
conquistar el Poder. Aquí, el puer rubustus se
había vuelta cada día cada más
malitiosus. Y al burgués francés y
alemán no le queda más recurso que renunciar
tácitamente a seguir siendo librepensador, como esos
guapos mozos que cuando se ven acometidos irremediablemente
por el mareo, dejan caer el cigarro humeante con que
fantocheaban a bordo. Los burlones fueron adoptando una tras
otra, exteriormente, una actitud devota y empezaron a hablar
con respeto de la Iglesia, de sus dogmas y ritos, llegando
incluso, cuando no había más remedio, a
compartir estos últimos. Los burgueses franceses se
negaban a comer carne los viernes y los burgueses alemanes
aguantaban, sudando en sus reclinatorios, interminables
sermones protestantes. Habían llegado con su
materialismo a una situación embarazosa.
"¡Hay que conservar la religión para el
pueblo!"; era el último y único recurso
para salvar a la sociedad de su ruina total. Para desgracia
suya, no se dieron cuenta de esto hasta que habían
hecho todo lo humanamente posible para derrumbar para siempre
la religión. Había llegado, pues, el momento en
que el burgués británico podía
reírse, a su vez, de ellos y gritarles:
"¡Ah, necios, eso yo podía habérselo
dicho ya hace doscientos años!".
Sin embargo, me temo mucho que ni la estupidez religiosa del burgués británico ni la conversión post festum del burgués continental consigan poner un dique a la creciente marea proletaria. La tradición es una gran fuerza de freno; es la vis inertiae (*) de la historia. Pero es una fuerza meramente pasiva; por eso tiene necesariamente que sucumbir. De aquí que tampoco la religión pueda servir a la larga de muralla protectora de la sociedad capitalista. Si nuestras ideas jurídicas, filosóficas y religiosas no son más que los brotes más próximos o más remotos de las condiciones económicas imperantes en una sociedad dada, a la larga estas ideas no pueden mantenerse cuando han cambiado fundamentalmente aquellas condiciones. Una de dos: o creemos en una revelación sobrenatural, o tenemos que reconocer que no hay prédica religiosa capaz de apuntalar una sociedad que se derrumba. (*) La fuerza de la inercia. (N. de la Edit.) |