Del socialismo utópico al socialismo científico
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  Rasgo común a los tres es el no actuar como representantes de los intereses del proletariado, que entre tanto había surgido como un producto histórico. Al igual que los pensadores franceses, no se proponen emancipar primeramente a una clase determinada, sino, de golpe, a toda la humanidad. Y lo mismo que ellos, pretenden instaurar el reino de la razón y de la justicia eterna. Pero entre su reino y el de los pensadores franceses media un abismo. También el mundo burgués, instaurado según los principios de éstos, es injusto e irracional y merece, por tanto, ser arrinconado entre los trastos inservibles, ni más ni menos que el feudalismo y las formas sociales que le precedieron. Si hasta ahora la verdadera razón y la verdadera justicia no han gobernado el mundo, es, sencillamente, porque nadie ha sabido penetrar debidamente en ellas. Faltaba el hombre genial que ahora se alza ante la humanidad con la verdad, al fin, descubierta. El hecho de que ese hombre haya aparecido ahora, y no antes, el hecho de que la verdad haya sido, al fin, descubierta ahora y no antes, no es, según ellos, un acontecimiento inevitable, impuesto por la concatenación del desarrollo histórico, sino porque el puro azar lo quiere así. Hubiera podido aparecer quinientos años antes, ahorrando con ello a la humanidad quinientos años de errores, de luchas y de sufrimientos.
  Hemos visto cómo los filósofos franceses del siglo XVII, los que abrieron el camino a la revolución, apelaban a la razón como único juez de todo lo existente. Se pretendía instaurar un Estado racional, una sociedad ajustada a la razón, y cuando se contradecía a la razón eterna debía ser deshechado sin piedad. Y hemos visto también que, en realidad, esa razón eterna no era más que el sentido común idealizado por el hombre del estado llano, que, precisamente por aquel entonces, se estaba convirtiendo en burgués. Por eso, cuando la revolución francesa puso en obra esta sociedad racional y este Estado de la razón, resultó que las nuevas instituciones, por más racionales que fuesen en comparación con las antiguas, distaban bastante de la razón absoluta. El Estado de la razón había quebrado completamente. El contrato social de Rosseau venía a tomar cuerpo en la época del terror, y la burguesía, perdida la fe en su propia habilidad política, fue a refugiarse, primero, en la corrupción del Directorio y, por último, bajo la égida del despotismo napoleónico. La