Del socialismo utópico al socialismo científico
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que el modo capitalista de producción fomenta esta anarquía en la producción social es precisamente lo inverso de la anarquía: la creciente organización de la producción con carácter social, dentro de cada establecimiento de producción. Con este resorte, pone fin a la vieja estabilidad pacífica. Allí donde se implanta en una rama industrial, no tolera a su lado ninguno de los viejos métodos. Donde se adueña de la industria artesana, la destruye y aniquila. El terreno del trabajo se convierte en un campo de batalla. Los grandes descubrimientos geográficos (*) y las empresas de colonización que les siguen, multiplican los mercados y aceleran el proceso de transformación del taller del artesano en manufactura. Y la lucha no estalla solamente entre los productores locales aislados; las contiendas locales van cobrando volumen nacional, y surgen las guerras comerciales de los siglos XVII y XVIII (**). Hasta que, por fin, la gran industria y la implantación del mercado mundial dan carácter universal a la lucha, a la par que le imprimen una inaudita violencia. Lo mismo entre los capitalistas individuales que entre industrias y países enteros, la primacía de las condiciones -naturales o artificialmente creadas- de la producción, decide la lucha por la existencia. El que sucumbe es arrollado sin piedad. Es la lucha darvinista por la existencia individual, transplantada, con redoblada furia, de la naturaleza a la sociedad. Las condiciones naturales de vida de la bestia se convierten en el punto culminante del desarrollo humano. La contradicción entre la producción social y la apropiación capitalista se manifiesta ahora como antagonismo entre la organización de la producción dentro de cada fábrica y la anarquía de la producción en el seno de toda la sociedad.


  (*) Los más importantes de ellos fueron: el descubrimiento de América por Cristóbal Colón en 1492 y el descubrimiento de una vía por mar a la India, por el portugués Vasco de Gama, en 1448. (N. de la Edit.)
  (**) Se refiere a una serie de guerras de los siglos XVII y XVIII, entre los Estados europeos más importantes, por la hegemonía en el comercio con la India y América y por la conquista de mercados coloniales. Al inicio, los principales países contrincantes fueron Inglaterra y Holanda (las guerras comerciales típicas fueron las guerras anglo-holandesas de 1652-1654, 1664, 1667 y 1672-1674), pero más tarde se desató una lucha decisiva entre Inglaterra y Francia. Salió vencedora de todas estas guerras Inglaterra, en cuyas manos se había concentrado casi todo el comercio mundial a fines del siglo XVIII. (N. de la Editorial)