Del socialismo utópico al socialismo científico
página 53
Capítulo III
La concepción materialista de la historia
parte de la tesis de que la producción, y tras ella el
cambio de sus productos, es la base de todo orden social; de
que en todas las sociedades que desfilan por la historia, la
distribución de los productos, y junto a ella la
división social de los hombres en clases o estamentos,
es determinada por lo que la sociedad produce y cómo
lo produce y el modo de cambiar sus productos. Según
eso, las últimas causas de todos los cambios sociales
y de todas las revoluciones políticas no deben
buscarse en las cabezas de los hombres ni en la idea que
ellos se forjen de la verdad eterna ni de la eterna justicia,
sino en las transformaciones operadas en el modo de
producción y de cambio; han de buscarse no en la
filosofía, sino en la economía de
la época de que se trata. Cuando nace en los hombres
la conciencia de que las instituciones sociales vigentes son
irracionales e injustas, de que la razón se ha tornado
en sinrazón y la bendición en plaga (*),
esto no es más que un indicio de que en los
métodos de producción y en las formas de cambio
se han producido calladamente transformaciones con las que ya
no concuerda el orden social, cortado por el patrón de
condiciones económicas anteriores. Con lo cual, dicho
está que en las nuevas relaciones de producción
tienen forzosamente que contenerse ya -más o menos
desarrollados- los medios necesarios para poner
término a los males descubiertos. Y esos medios no han
de sacarse de la cabeza de nadie, sino que es la
cabeza la que tiene que descubrirlos en los hechos
materiales de la producción, tal y como los ofrece la
realidad.
¿Cuál es, en este aspecto, la posición del socialismo moderno? El orden social vigente -verdad reconocida hoy por casi todo el mundo- es obra de la clase dominante de los tiempos modernos, de la burguesía. El modo de producción característico de la burguesía, al que desde Marx se da el nombre de modo capitalista de producción, era incompatible con los privilegios locales y de los estamentos, como (*) Palabras de Mefistófeles en el Fausto de Goethe. (Nota de la Edit.) |