Del socialismo utópico al socialismo científico
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ción en masa de la clase trabajadora, lanzada de
súbito a condiciones de vida totalmente nuevas; del
campo a la ciudad, de la agricultura a la industria, de una
situación estable a otra constantemente variable en
insegura. En estas circunstancias se alza como reformador un
fabricante de veintinueve años, un hombre cuyo candor
casi infantil rayaba en lo sublime y que era, a la par, un
dirigente innato de hombres como pocos. Roberto Owen
habíase asimilado las enseñanzas de los
filósofos materialistas del siglo XVIII, según
las cuales el carácter del hombre es, de una parte, el
producto de su organización innata, y de otra, el
fruto de las circunstancias que rodean al hombre durante su
vida, y principalmente durante el período de su
desarrollo. La mayoría de los hombres de su clase no
veían en la revolución industrial más
que caos y confusión, una ocasión propicia para
pescar en río revuelto y enriquecerse aprisa. Owen vio
en ella el terreno adecuado para poner en práctica su
tesis favorita, introduciendo orden en el caos. Ya en
Manchester, dirigiendo una fábrica de más de
quinientos obreros, había intentado, no sin
éxito, aplicar prácticamente tu teoría.
Desde 1800 a 1829 encauzó en este sentido, aunque con
mucha mayor libertad de iniciativa y con un éxito que
le valió fama europea, la gran fábrica de
hilados de algodón de New Lanark, en Escocia, de la
que era socio y gerente. Una población que fue
creciendo paulatinamente hasta 2.500 almas, reclutada al
principio entre los elementos más heterogéneos,
la mayoría de ellos muy desmoralizados,
convirtióse en sus manos en una colonia modelo, en la
que no se conocía la embriaguez, la policía,
los jueces de paz, los procesos, los asilos para pobres ni la
beneficencia pública. Para ello le bastó
sólo con colocar a sus obreros en condiciones
más humanas de vida, consagrando un cuidado especial a
la educación de su descendencia. Owen fue el creador
de las escuelas de párvulos, que funcionaron por vez
primera en New Lanark. Los niños eran enviados a la
escuela desde los dos años, y se encontraban tan a
gusto en ella, que con dificultad se les podía llevar
a su casa. Mientras que en las fábricas de sus
competidores los obreros trabajaban hasta trece y catorce
horas diarias, en New Lanark la jornada de trabajo era de
diez horas y media. Cuando una crisis algodonera
obligó a cerrar la fábrica durante cuatro
meses, los obreros de New Lanark, que quedaron sin trabajo,
siguieron cobrando íntegros sus jornales. Y, con todo,
la empresa había incrementado hasta el doble su valor
y rendido a sus propietarios, hasta el último
día, abundantes ganancias. Sin em-
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